Provenza entre imágenes: cafés, lavandas y recuerdos
🌿 Ese lugar donde me gustaría estar
A veces basta una imagen para que todo el cuerpo quiera estar allá

Es tan fácil soñar. Antes, todo dependía de la imaginación, de algún recuerdo escondido, de una postal amarillenta. Pero ahora… ahora entro a Pinterest y mi tablero de “lugares soñados” se despliega como una cascada infinita de belleza. Las imágenes caen por mi pantalla y me dejo llevar.
No soy muy original, lo sé,tengo debilidad por los pueblos de la Provenza. Pero ¿quién podría resistirse? Calles empedradas, ventanas con postigos azules, mercados de frutas y hortalizas que parecen pintados por Cézanne. Y ese sol —ese sol tibio que parece colarse por las fotos—, tan real que casi siento el aire moviéndose.
Repineo sin pensar. Limones frescos, manojos de lavanda, jabones en colores pastel apilados como macarons. Y de pronto, una imagen me detiene: un café en una esquina, abrazado por un árbol frondoso. Sus ramas se extienden como si quisieran cobijarlo. Hay mesas pequeñas, gente con abrigos conversando, tazas humeantes. Me dan ganas de estar ahí, justo ahora.
Sigo bajando. Me sonrío sin darme cuenta. El Louvre aparece con su escalera majestuosa y la pirámide de vidrio deja ver París del otro lado. Le doy click. Luego un ventanal con vista al Lago di Como. Otro click.
Aix-en-Provence vuelve a aparecer. Con sus exquisitas boulangeries, sus croissants dorados, sus quiches Lorraine deliciosas, tibias, con el queso fundido. La belleza del pequeño centro de Aix está ahí, siempre en mi memoria.
Roussillon y sus tierras rojizas. Gordes y sus casas de piedra apiladas sobre la colina. La Abadía de Sénanque y las lavandas en flor como un sueño púrpura. Una ventana que se abre a la Toscana. Una que da directamente a la Torre Eiffel. Pequeños instantes de placer que se cuelan en mi día, como si bastara mirar para estar ahí.
Y aunque no veo ninguna foto, también viene a mi recuerdo Grasse con sus perfumes. Y mucho más allá, Salon-de-Provence, tierra de Nostradamus. Y Avignon, con su puente y esa canción infantil que nos enseñaron cuando éramos pequeños… “Sur le pont d’Avignon, on y danse, on y danse…” El Palacio Papal monumental, indescriptible.
Y cómo no recordar Arlés, con esa luz dorada que inspiró a Van Gogh, con sus cafés vibrantes y sus campos alrededor llenos de girasoles. O Nîmes, con su coliseo romano que todavía guarda el eco de antiguas multitudes. Todo vuelve como si pudiera caminarlo de nuevo, esta vez desde la memoria.