📖 Los viajes de Miles – Episodio 2: Del caos al champagne

Ocho en punto. Miles mira por la ventana y ve al taxi esperándolo en la puerta. Todo va exactamente como lo había planificado: la corbata ajustada, los papeles en orden, la valija cerrada con llave. Respira con la satisfacción de un relojero.
Ocho y cuarto. El taxi avanza lento, demasiado lento. Ocho y veinte. Todavía en la misma avenida. Ocho y media. El tráfico se convierte en un muro imposible de franquear. Ocho cuarenta y cinco. Por fin, las luces del aeropuerto aparecen, pero su tranquilidad ya se ha resquebrajado.
La fila del check-in lo recibe como una bofetada: interminable, inmóvil, desesperante. Todo lo que había calculado se evapora frente a la lentitud del mundo real. El reloj parece acelerarse mientras las maletas delante de él apenas se mueven. Cada suspiro de otro pasajero le retumba en los nervios. Y entonces lo recuerda: viaja en first class. Tiene derecho a prioridad. Su corazón da un vuelco, como si hubiera encontrado una salida secreta en medio del laberinto. Corre hacia la fila adecuada y, por un momento, siente que recupera el control perdido.
Pero la tranquilidad dura poco. Corre hacia el control de seguridad con el pasaporte en la mano. Tropieza, el documento cae al suelo, un pasajero lo mira con furia. La vergüenza le arde en la cara. Esa escena lo golpea: todo lo que había intentado mantener bajo control se le escapa como arena entre los dedos. Sin embargo, lo inesperado ocurre: la revisión resulta rápida, casi automática. La máquina no delata ningún objeto metálico olvidado a último momento, el guardia apenas lo mira. En cuestión de minutos anuncian el embarque.
📖 Perder el control, encontrar el viaje
La ansiedad de Miles se alimenta de una ilusión: la idea de que todo puede ser previsto, anotado, calculado. Pero basta un taxi detenido en el tráfico o un pasaporte que resbala de las manos para recordarle que el control es siempre frágil. Lo paradójico es que, en esos momentos en que siente que todo se desmorona, también se abre la puerta a la experiencia real: la certeza de que viajar no consiste en imponer orden, sino en atravesar el desorden.
Así lo muestran episodios como este: la caída del pasaporte, el tropiezo en la fila, la mirada severa de un desconocido. Todos esos pequeños accidentes, tan molestos como inevitables, son también los que marcan el inicio de un aprendizaje: el de soltar las riendas, aunque sea a la fuerza.
El avión despega y él, al fin, se deja caer en el asiento. Descubre que no hay lista, ni horario, ni cálculo capaz de detener la corriente imprevisible de un viaje. Que basta un semáforo rojo, una fila lenta o un pasaporte en el suelo para demostrarle que nada depende enteramente de él. Y sin embargo, también aprende que en medio del caos puede aparecer la calma, como esa copa de champagne que llega justo cuando el cuerpo ya no puede más.
English version
📖 The Journeys of Miles – Episode 2: From Chaos to Champagne

Eight o’clock sharp. Miles looks out the window and sees the taxi waiting at the door. Everything is going exactly as planned: tie straight, papers in order, suitcase locked. He breathes with a watchmaker’s satisfaction.
Eight fifteen. The taxi crawls—too slowly.
Eight twenty. Still on the same avenue.
Eight thirty. Traffic turns into a wall he can’t get through.
Eight forty-five. At last, the airport lights appear, but his calm has already cracked.
The check-in line greets him like a slap: endless, motionless, exasperating. Everything he’d calculated evaporates against the slowness of the real world. The clock seems to speed up while the suitcases ahead barely move. Every sigh from another passenger thuds in his nerves. And then he remembers: he’s flying first class. Priority. His heart flips—as if he’d found a secret exit in the middle of the maze. He rushes to the right line and, for a moment, feels the lost control returning.
The calm doesn’t last. He runs toward security with the passport in his hand. He stumbles, the document drops, a passenger glares at him. Shame burns his face. The scene hits him: everything he tried to keep under control is slipping away like sand between his fingers. And yet the unexpected happens: screening is quick, almost automatic. No metal forgotten at the last minute, the guard barely looks at him. In a matter of minutes, they announce boarding.
📖 Losing Control, Finding the Journey
Miles’s anxiety feeds on an illusion: the idea that everything can be predicted, noted, calculated. It only takes a taxi stuck in traffic or a passport slipping from his hands to remind him that control is always fragile. The paradox is that, precisely in those moments when he feels everything collapsing, the door to the real experience opens: the certainty that travel isn’t about imposing order, but about moving through disorder.
Episodes like this make it plain: the passport dropping, the stumble in line, the stranger’s stern look. All those small accidents—annoying yet inevitable—also mark the start of a lesson: learning to loosen the reins, even if it’s by force.
The plane takes off and he finally sinks into the seat. He discovers that no list, schedule, or calculation can hold back the unpredictable current of a journey. A red light, a slow line, or a passport on the floor is enough to prove that nothing depends entirely on him. And yet he also learns that calm can appear in the middle of chaos— like that glass of champagne arriving just when the body can’t take any more.
