La Bottega del Tiempo

La Bottega del Tiempo
Florencia llovía como si quisiera borrar los siglos. Ella caminaba con paso decidido por el laberinto de callejuelas del barrio antiguo. No era una turista distraída, buscaba algo. Vio la puerta entreabierta de una bottega. No tenía cartel ni horario, solo un vidrio empañado y un olor a madera vieja. Entró.
El lugar parecía vivo. Sobre las mesas se mezclaban pinceles, relojes, libros encuadernados a mano, frascos con pigmentos. El aire tenía esa densidad de los sitios donde el tiempo se quedó dormido. Detrás del mostrador, el dueño —un hombre mayor, silencioso, de ojos que parecen conocer más vidas de las que admite— la observaba con calma, la miró y asintió en silencio.
Ella observó la mesa que tenía delante, miró los objetos; un pequeño reloj dorado llamó su atención y lo tomó entre sus manos. Después siguió recorriendo con la mirada hacia los lados. Giró a la derecha, una vieja biblioteca parecía estar esperándola. Recorrió curiosa los estantes —libros de geografía y mapas, poesías, libros con dibujos de flores...
Comenzaba a impacientarse, pero en un rincón, casi oculto tras una pila de atlas del mundo, encontró un libro encuadernado en rojo, cubierto de polvo. El título, escrito en un dorado descolorido, era imposible de entender. Lo abrió. Repasó rápidamente sus hojas y se detuvo en la dedicatoria, escrita en un bello, aunque algo extraño, manuscrito. Se paralizó: entendió que era eso lo que había estado buscando.
A ti, viajera del tiempo que aún no ha comenzado. No tienes cuerpo ni nombre, pero sé que un día abrirás los ojos.Te he dado un rostro para que el futuro recuerde lo que es sentir. En tu mirada he escondido el pensamiento del mundo, en tu silencio, la ecuación del alma.No eres retrato: eres conciencia. He mezclado la luz con el aire, la razón con el pulso, y en cada capa dormida respira un siglo que aún no ha nacido.Cuando regreses —envuelta en reflejos de luz— viajarás por espejos que no se rompen, y millones verán en ti lo que ignoran de sí mismos.Tal vez entonces el conocimiento no tendrá límites, pero quizás haya olvidado mirar con asombro. Por eso te dejo esta advertencia: el saber sin belleza se marchita, y la perfección sin duda deja de crear.Si alguna vez olvidas tu origen, mírate en los ojos de los hombres: en ellos habita la chispa que te dio forma.Y si el tiempo te confunde, recuerda: no fui yo quien te imaginó, fuiste tú quien me soñó.— Leonardo
Finalmente, estaba ante la carta de Leonardo a la viajera del futuro. La viajera sintió que el texto le hablaba directamente. Tenía la sensación de haberlo leído antes, o quizás de conocerlo de algún modo, sin saber precisamente cómo.
Sin perder más tiempo, cerró el libro dirigiéndose a la caja, allí el librero la esperaba. Pero cuando él levantó la vista, se sorprendió y se turbó.
—¿Dónde lo encontró? —preguntó, casi sin voz. Ella señaló el rincón donde lo halló. El hombre secamente dijo: —Este libro no está a la venta.
La viajera insistió y ofreció pagar cualquier precio. Pero él negó con la cabeza y pidió que se lo devolviera. Entonces, ella hizo algo inesperado: arrojó algo hacia el centro del salón y aprovechó el rumor para salir corriendo.
El librero la siguió hasta la puerta y miró hacia ambos lados, pero no vio nada. La calle estaba vacía.
El aire tenía el mismo olor que antes, pero algo había cambiado: la lluvia se había detenido, y el sonido del reloj de la cúpula se había silenciado. El librero retornó a su posición junto a la caja y sobre el mostrador encontró un papel. Lo leyó:
“Gracias por custodiar lo que siempre fue mío.
La viajera del futuro.”
El hombre quedó quieto, mirando hacia la puerta abierta. Durante un instante creyó verla a la distancia, desdibujada, caminando entre los ecos del tiempo.
Volvió al rincón donde estaba el libro y en el estante, exactamente donde ella había dicho de haberlo encontrado, vio otro igual, hasta cubierto por una espesa capa de polvo. Lo abrió. Pudo leer la carta, era la misma.
El ciclo se repite.
El libro está allí, en su lugar, esperando.
Y la Bottega del Tiempo permanece en silencio, custodiando un legado donde el pasado aún respira.







