Caffè Florian: crónica íntima en la Plaza San Marco

Orígenes del Caffè Florian en la Plaza San Marco
En el invierno de 1720, el Caffè Florian encendió por primera vez sus luces y desplegó sus aromas en Venezia. Cuando la Serenísima aún respiraba la vanidad de sus glorias pasadas, un hombre llamado Floriano Francesconi, miembro del comercio veneciano, abrió bajo los arcos solemnes de las Procuratie Nuove, en Piazza San Marco, un café que bautizó Alla Venezia Trionfante. Estos soportales albergaban en la planta baja tiendas y locales, mientras que en los pisos superiores residían y trabajaban los Procuratori di San Marco, magistrados de peso casi comparable al Dux. El nombre del café era una declaración de amor y orgullo hacia una ciudad que se negaba a marchitarse.
El pueblo, como suele suceder con lo que ama, lo rebautizó a su manera, Caffè Florian.
Un salón para la cultura, la política y la seducción
Floriano, comerciante con visión cultural, entendió pronto el potencial de crear un espacio de encuentro en el corazón de Venecia que combinara lo social, lo literario y lo político. No era un simple local de paso; él quería un salón donde fluyera la conversación, donde se mezclaran clases y surgieran ideas nuevas. Y así fue. En menos de una década, el café ya era frecuentado por personajes como Carlo Goldoni, Goethe y el veneciano Casanova, quienes encontraban allí, gracias a su audaz apertura a mujeres, un escenario único para sus reuniones.
Al Caffè Florian, los clientes acudían no solo para beber un exquisito café, sino gran variedad de té traídos de oriente, el mejor chocolate y vinos exóticos de tierras lejanas. En los días cálidos se ofrecía limonada, y dulces sencillos acompañaban esas bebidas, prolongando las conversaciones y los recuerdos.
Historias y visitantes ilustres
Las paredes, aún hoy cubiertas de espejos dorados y frescos suaves, fueron testigos silenciosos de conspiraciones políticas y confesiones amorosas. Lord Byron, años después, encontraría en ese rincón un refugio donde escribir, tal vez acompañado por la humedad ancestral de la laguna y el murmullo de pasos que parece filtrarse desde otro siglo. Charles Dickens pasó por allí en sus viajes, observando con esa capacidad suya de encontrar lo humano en cada sombra.
Entrar al Caffè Florian hoy
Entrar al Florian, entonces como ahora, es cruzar un umbral invisible hacia el tiempo. El eco de las campanas de San Marco se filtra hasta las mesas de mármol; el aroma del café tostado se mezcla con el perfume de los dulces venecianos y el refrescante placer de una limonada recién servida. Los espejos devuelven un reflejo que nunca es exactamente el de uno mismo, sino la suma de todos los que alguna vez se sentaron allí.
Hoy, en pleno siglo XXI, el Caffè Florian sigue latiendo en el corazón de Venecia. Sus salones restaurados conservan la elegancia original, mientras los músicos tocan en la terraza y visitantes de todo el mundo se detienen a tomar un espresso o un spritz, contemplando la misma plaza que vieron Casanova y Byron. No es solo un café: es un puente entre siglos donde la historia se sirve en cada taza.