Mirada pensativa junto a una ventana; metáfora de diálogos internos y pensamientos que no se dicen

☕ Nuestras charlas mentales: La Rumiación

“Ensayamos respuestas, imaginamos diálogos, discutimos con fantasmas y ganamos discusiones que nadie presenció.”

Hay conversaciones que no necesitan un chat ni una mesa. Ocurren dentro de nosotros, en ese teatro mental donde el otro aparece sin ser invitado. Allí decimos lo que no dijimos, explicamos lo que nadie pidió que expliquemos, o cerramos una historia que en la realidad quedó abierta.

Son charlas invisibles, pero intensas. A veces son catarsis: una forma de poner en palabras el ruido interior. Otras veces son trampas: vueltas infinitas a lo que no cambia aunque lo repitamos mil veces.

El cerebro, generoso y dramático, interpreta todos los papeles. Somos guionistas, actores y público a la vez. Recreamos al otro con frases que creemos suyas, con gestos que quizá nunca tuvo, con respuestas que —curiosamente— nos dejan ganar. Porque a veces no queremos entender al otro, sino reparar la versión de nosotros mismos que se sintió herida.

Hay charlas mentales que sanan: nos ayudan a ensayar la empatía, a entender qué necesitábamos decir. Y hay otras que solo reabren la herida, porque se vuelven bucles donde el silencio real se reemplaza por una ficción perfecta.

🕯️ Cuando el pensamiento no suelta

En psicología, este proceso se conoce como rumiación: la tendencia a repetir mentalmente una conversación, una escena o una emoción sin llegar a una resolución. El término viene del verbo rumiar —volver a masticar— y describe con precisión lo que hace la mente cuando intenta digerir algo que dolió y no logra hacerlo del todo.

Al principio, la rumiación puede ser un intento de procesar lo ocurrido, de encontrar sentido o alivio. Pero cuando se prolonga, se transforma en un círculo cerrado, donde la mente revive lo que quería soltar. Cada repetición parece un intento de cerrar, pero en realidad mantiene viva la herida.

En terapia Gestalt, se usa conscientemente algo parecido: el “diálogo con el ausente” o “técnica de la silla vacía”, donde uno imagina al otro para decirle lo que no pudo. Cuando se hace con conciencia, ese ejercicio libera. Pero cuando ocurre de forma automática, sin dirección, se convierte en rumiación: una conversación que no cura, sino que repite.

El desafío no es dejar de tener esas charlas —todos las tenemos—, sino reconocer cuándo nos ayudan a comprender y cuándo nos hacen girar en el mismo pensamiento. Porque lo que sana no es volver a hablar con el otro en nuestra cabeza, sino escuchar lo que esa voz interna todavía necesita que entendamos.

A veces el diálogo más sincero no es el que mantenemos con el otro, sino el que finalmente mantenemos con nosotros mismos.

❓ Pregunta frecuente

¿Por qué seguimos teniendo conversaciones mentales con personas que ya no están?

Porque el cerebro busca cerrar historias inconclusas. A ese proceso la psicología lo llama rumiación: un intento de elaborar lo que no se dijo, pero que, si se repite demasiado, termina impidiéndonos avanzar. Transformar esa rumiación en reflexión consciente es lo que convierte el pensamiento en comprensión… y el recuerdo, en paz.

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