Las vidas que no vivimos: imagen de apertura sobre decisiones no tomadas y caminos posibles

Las vidas que no vivimos

Las vidas que no vivimos aparecen, a veces, en los momentos más simples. Hay días en los que uno se sienta con un café y, sin pedir permiso, surge esa pregunta antigua:

¿Qué habría pasado si…?

Si hubiera dicho que sí.
Si hubiera dicho que no.
Si hubiera esperado un poco más.
Si me hubiera animado antes.
Si hubiese elegido otra ciudad, otra persona, otro sueño.

Cuando el arrepentimiento se sienta a la mesa

Los arrepentimientos son así: no golpean a la puerta, pero se sientan igual. No importa cuántos años pasen, vuelven con la misma suavidad con la que sube el vapor de una taza recién hecha. Son silenciosos, persistentes, íntimos.

Durante mucho tiempo aprendimos a verlos como un error emocional, como algo que conviene borrar o negar. Sin embargo, un análisis del Greater Good Science Center de UC Berkeley propone otra mirada: el arrepentimiento no sería un fallo, sino una función. Una brújula interna que señala los lugares donde algo de nosotros sigue despierto.

Las vidas que no vivimos y el deseo que persiste

Otros autores coinciden en que aferrarse a ciertos arrepentimientos puede transformarse en una forma de riqueza emocional. No por nostalgia dolorosa, sino porque detrás de ese “podría haber sido” aún late un deseo. Una versión de nosotros que existió al menos como posibilidad, y que todavía ilumina algo.

Por eso, los arrepentimientos más intensos no suelen venir de lo que hicimos mal, sino de lo que no hicimos. De lo que dejamos en pausa. De la llamada que no hicimos, la puerta que no abrimos, la frase que quedó atrapada en la garganta.

Versiones de nosotros que quedaron en suspenso

Hace un tiempo reflexionaba sobre esto en un texto que hoy siento como una conversación a destiempo conmigo misma, sobre las palabras no dichas. Al mirarlo ahora, veo que nació del mismo lugar que este café: de esa región silenciosa donde se guardan todas las vidas que no vivimos.

Porque ninguna vida se vive completa. Siempre habrá una bifurcación que no tomamos, una ciudad que no conocimos, un amor que dejamos marchar, un trabajo que no nos animamos, una versión futura de nosotros que quedó suspendida, como una fotografía sin revelar.

Cuando el arrepentimiento señala un camino

Tal vez por eso los arrepentimientos aparecen cuando la casa está en silencio. Llegan cuando ya no tenemos defensas levantadas y nos recuerdan que todavía estamos a tiempo de algo. No todo está perdido. Algunas decisiones no se pueden deshacer, pero sí se puede dejar de repetirlas.

A veces, un arrepentimiento es simplemente una carta que no enviamos. Otras veces, es un camino que aún podemos retomar. Y, en ciertos casos, es un “ya no” que también enseña a elegir mejor lo que viene.

Quizás el secreto sea este: aceptar que las vidas que no vivimos no son enemigas, sino señales. Señales de vida, de deseo, de memoria. Señales que apuntan —a su manera torpe y luminosa— hacia donde todavía queremos ir.

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