La ansiedad del que queda del otro lado
Sobre la espera, las confirmaciones ocultas y los mensajes eliminados

Te has preocupado sin entender el por qué, cuando envías un mensaje y la respuesta no llega ? En ese momento, el chat queda abierto, el último texto en pantalla parece mirarte de vuelta, como si esperara contigo. Y ahí empieza la espera, ese territorio incierto entre lo que ya dijiste y lo que el otro todavía no responde.
A veces ni siquiera sabemos si lo leyó. Existen las opciones para ocultar las confirmaciones, y entonces quedamos suspendidos en una especie de niebla digital: sin certeza, sin señales. Otras veces, sí lo sabemos: las tildes azules están ahí, impecables, y sin embargo el silencio pesa más que cualquier palabra.
Y es en ese intervalo —sin respuesta ni explicación— donde crece la ansiedad. Relees lo que escribiste, analizas cada palabra, revisas si sonó demasiado frío, demasiado directo, demasiado algo... El tiempo se vuelve elástico: cinco minutos parecen media vida. Y en ese vacío, la mente inventa todo tipo de historias, todas con el mismo propósito, justiifcar el silencio.
La tecnología nos dio la ilusión de saberlo todo, pero no la capacidad de soportar la incertidumbre. Nos enseñó a leer signos digitales, pero no a interpretar silencios. Y quizás ahí esté el verdadero desafío: aceptar que no siempre tenemos derecho a una respuesta inmediata.
Porque a veces el otro no responde porque no puede, no quiere o simplemente está en otro tiempo. Y ninguna de esas opciones debería quitarnos la calma.
Cuando ya lo hemos pensado todo y el tiempo sigue pasando, el temor entra en escena con toda su fuerza y se nos presenta una acción casi mágica para eliminar la angustia, borrar el mensaje. Borrarlo, como si así pudiéramos deshacer la intención o corregir lo que sentimos. Pero si lo hacemos, queda la marca: “mensaje eliminado”, una evidencia muda que grita más que cualquier palabra. Entonces surge otra pregunta, más inquietante todavía: si lo borramos, ¿qué imaginará el otro que dijimos? A veces el intento de borrar termina diciendo mucho más que el propio mensaje.
La espera no tiene por qué ser un un sufrimiento. Puede ser un espacio donde uno aprende a soltar, a dejar que el mensaje viaje sin controlar su destino, a entender que el silencio del otro no siempre dice algo sobre uno, ni tampoco debe herirnos. No recibir una contestación inmediata no debe provocarnos angustia, ni hacernos dudar de nosotros mismos.
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