Aroma a lavanda, memoria de Provenza

Aroma a lavanda, memoria de Provenza
Sabores que nacen entre campos de lavanda
En Provenza, el tiempo se mide en luz dorada y el alma respira entre aromas. No hay prisa: se cosecha a mano, se huele, se prueba, se comparte. Cada alimento cuenta una historia de generaciones que han sabido convivir con la tierra.
La cocina provenzal es cálida, sencilla y sensual. Combina el perfume del tomillo y la salvia con el dulzor del higo maduro o la firmeza de un buen queso de cabra curado en hojas de castaño.
Los ingredientes no se eligen por moda, sino por memoria. El cordero de Sisteron, tierno y sabroso, se asa lentamente con ramas de romero fresco. Los tomates secos se conservan en aceite perfumado con lavanda, y los quesos artesanales se sirven con mermeladas caseras de albaricoque o cereza negra.
En las plazas, los mercados ofrecen miel de lavanda, flor de sal de Camarga y aceitunas negras de Nyons. Cada puesto es una tentación para los sentidos: huele a pan de campo, a tapenade, a piel de limón recién rallado.
El aceite de oliva —verde, frutado, envolvente— es el hilo conductor de casi todos los platos. Y como cierre de una comida lenta, aparece la tarte tropézienne, el queso de Banon o un vino rosado muy frío, nacido de vides que también vieron pasar a Cézanne o a Van Gogh.
Así se saborea la Provenza, despacio, como se vive.
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